Comandante
Hugo Chávez: ¡Presente
Escasos, como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad.
José
Martí
Montecristi, 25 de Marzo de 1895, Carta a Federico Henríquez y Carvajal
¡
Gloria al bravo Chávez !
Atilio
Borón 05marzo2013
Cuesta muchísimo asimilar la dolorosa noticia del fallecimiento de Hugo Chávez Frías. No puede uno dejar de maldecir el infortunio que priva a Nuestra América de uno de los pocos “imprescindibles”, al decir de Bertolt Brecht, en la inconclusa lucha por nuestra segunda y definitiva independencia. La historia dará su veredicto sobre la tarea cumplida por Chávez, aunque no dudamos que será muy positivo. Más allá de cualquier discusión que legítimamente puede darse al interior del campo antiimperialista –no siempre lo suficientemente sabio como para distinguir con claridad amigos y enemigos- hay que partir reconociendo que el líder bolivariano dio vuelta una página en la historia venezolana y, ¿por qué no?, latinoamericana. Desde hoy se hablará de una Venezuela y Latinoamérica anterior y de otra posterior a Chávez, y no sería temerario conjeturar que los cambios que impulsó y protagonizó como muy pocos en nuestra historia llevan el sello de la irreversibilidad. Los resultados de las recientes elecciones venezolanas –reflejos de la maduración de la conciencia política de un pueblo- otorgan sustento a este pronóstico. Se puede desandar el camino de las nacionalizaciones y privatizar a las empresas públicas, pero es infinitamente más difícil lograr que un pueblo que adquirió conciencia de su libertad retroceda hasta instalarse nuevamente en la sumisión. En su dimensión continental, Chávez fue el protagonista principal de la derrota del más ambicioso proyecto del imperio para América Latina: el ALCA. Esto bastaría para instalarlo en la galería de los grandes patriotas de Nuestra América. Pero hizo mucho más.
Este
líder popular, representante genuino de su pueblo con quien se
comunicaba como nunca ningún gobernante antes lo había hecho,
sentía ya de joven un visceral repudio por la oligarquía y el
imperialismo. Ese sentimiento fue luego evolucionando hasta plasmarse
en un proyecto racional: el socialismo bolivariano, o del siglo
veintiuno. Fue Chávez quien, en medio de la noche neoliberal,
reinstaló en el debate público latinoamericano -y en gran medida
internacional- la actualidad del socialismo. Más que eso, la
necesidad del socialismo como única alternativa real, no ilusoria,
ante la inexorable descomposición del capitalismo, denunciando las
falacias de las políticas que procuran solucionar su crisis integral
y sistémica preservando los parámetros fundamentales de un orden
económico-social históricamente desahuciado. Como recordábamos más
arriba, fue también Chávez el mariscal de campo que permitió
propinarle al imperialismo la histórica derrota del ALCA en Mar del
Plata, en Noviembre del 2005. Si Fidel
fue el estratega general de esta larga batalla, la concreción de
esta victoria habría sido imposible sin el protagonismo del líder
bolivariano, cuya elocuencia persuasiva precipitó la adhesión del
anfitrión de la Cumbre de Presidentes de las Américas, Néstor
Kirchner;
de
Luiz Inacio “Lula” da Silva;
y de la mayoría de los jefes de estado allí presentes, al principio
poco propensos –cuando no abiertamente opuestos- a desairar al
emperador en sus propias barbas. ¿Quién si no Chávez podría haber
volcado aquella situación? El certero instinto de los imperialistas
explica la implacable campaña que Washington lanzara en su contra
desde los inicios de su gestión. Cruzada que, ratificando una
deplorable constante histórica, contó con la colaboración del
infantilismo ultraizquierdista que desde dentro y fuera de Venezuela
se colocó objetivamente al servicio del imperio y la reacción.
Por
eso su muerte deja un hueco difícil, si no imposible, de llenar. A
su excepcional estatura como líder de masas se le unía la
clarividencia de quien, como muy pocos, supo descifrar y actuar
inteligentemente en el complejo entramado geopolítico del imperio
que pretende perpetuar la subordinación de América Latina.
Supeditación que sólo podía combatirse afianzando –en línea con
las ideas de Bolívar, San Martín, Artigas, Alfaro, Morazán, Martí
y, más recientemente, el Che y Fidel- la unión de los pueblos de
América Latina y el Caribe. Fuerza desatada de la naturaleza, Chávez
“reformateó” la agenda de los gobiernos, partidos y movimientos
sociales de la región con un interminable torrente de iniciativas y
propuestas integracionistas: desde el ALBA hasta Telesur; desde
Petrocaribe hasta el Banco del Sur; desde la UNASUR y el Consejo
Sudamericano de Defensa hasta la CELAC. Iniciativas todas que
comparten un indeleble código genético: su ferviente e
inclaudicable antiimperialismo. Chávez ya no estará entre nosotros,
irradiando esa desbordante cordialidad; ese filoso y fulminante
sentido del humor que desarmaba los acartonamientos del protocolo;
esa generosidad y altruismo que lo hacían tan querible. Martiano
hasta la médula, sabía que tal como lo dijera el Apóstol cubano,
para ser libres había que ser cultos. Por eso su curiosidad
intelectual no tenía límites. En una época en la que casi ningún
jefe de estado lee nada -¿qué leían sus detractores Bush,
Aznar,
Berlusconi, Menem, Fox, Fujimori?- Chávez era el lector que todo
autor querría para sus libros. Leía a todas horas, a pesar de las
pesadas obligaciones que le imponían sus responsabilidades de
gobierno. Y leía con pasión, pertrechado con sus lápices,
bolígrafos y resaltadores de diversos colores con los que marcaba y
anotaba los pasajes más interesantes, las citas más llamativas, los
argumentos más profundos del libro que estaba leyendo. Este hombre
extraordinario, que me honró con su entrañable amistad, ha partido
para siempre. Pero nos dejó un legado inmenso, imborrable, y los
pueblos de Nuestra América inspirados por su ejemplo seguirán
transitando por la senda que conduce hacia nuestra segunda y
definitiva independencia. Ocurrirá con él lo que con el Che: su
muerte, lejos de borrarlo de la escena política agigantará su
presencia y su gravitación en las luchas de nuestros pueblos. Por
una de esas paradojas que la historia reserva sólo para los grandes,
su muerte lo convierte en un personaje inmortal. Parafraseando al
himno nacional venezolano: ¡Gloria al bravo Chávez! ¡Hasta la
victoria, siempre, Comandante!
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